Alguna vez tendrán que entender quienes gestionan los negocios públicos en nombre del pueblo lo nefasto que resulta convocar a figuras marginales, vidriosas, sin méritos, para que le “bajen” al pueblo mensajes de compromiso cívico. A Damián Córdoba, le precedió un Carlos Giménez, símbolo cultural de José Manuel De la Sota; el mismo que nunca devolvió al erario público el millonario crédito que le otorgó Jaime Pompas, cuando los créditos del Banco Social radical se entregaban sin respaldo y casi a sola solicitud, si se trataba de pesos pesados de la sociedad.
Damián Córdoba sale a decir que “da la cara”, sin dudas obedeciendo a sus asesores, los que le deben estar diciendo: “Si no, olvídate de cobrar los spots que le hiciste al Gobierno”.
¿Qué necesidad tienen de proponer a tipos marginales como este Damián Córdoba para crear conciencia? ¿Por qué se apela a lo peor de la sociedad?
No está lejos en la memoria de los cordobeses aquella fatídica sesión legislativa donde el oficialismo – Unión por Córdoba – daba licencia social a los barrabravas de Talleres homenajeándolos ¡en el recinto de las leyes! Celebrando la actividad de pistoleros, violentos que depredan los clubes donde se instalan a punta de pistola y recursos mal habidos. La marcha atrás que se dio después no cambió nada de esa brutal defección política.
Vergüenza ajena
Dan vergüenza, los contratados y el/los gobiernos que le dan aire y dineros públicos.
Hoy 88 muertos en Córdoba (85 mil en Argentina desde que comenzó la pandemia), 88 por ciento de ocupación de camas críticas en la Provincia que -dice- no hace política con la tragedia sanitaria. Y estos tipos que se burlan de todo y de todos.
Alguna vez el repudio popular a estos personajes deberá operar como sustituto de una administración política que sigue apelando a la fama sin carnadura, al rostro sin alma, al peor con la cara maquillada. Porque también el dinero que se llevan al bolsillo estos impresentables es el que falta para crear cultura, para proveer a una educación superadora de las convenciones que suprimen el pensamiento libre.
La domesticación del pueblo se persigue incansablemente. Con instrumentos simples como la Oración, la escuela de la era industrial o la penetración de los medios de comunicación de masas; pero también con elaboraciones más complejas, narrativas, relatos, símbolos.
Los que no se modifica es el resultado: una audiencia/sociedad que recibe sin poder de escrutinio.
Una sociedad extraña
Sujetos como Giménez o Córdoba son las emergencias de una sociedad extraña; esa que proclama su adhesión al científico y, al mismo tiempo, celebra a los “desobedientes” sin espesura ni propósitos colectivos; los que rinden sus pretensiones populares por saborear el plato de los privilegiados. Son tan pobres que sólo les sobra dinero, se diría parafraseando al célebre Simón Rodriguez, en ocasión de regañar a un Simón Bolívar aún rico e insolente.
Pongamos alguna vez la boca rabiosa en procura de cancelar estos hábitos. Para que el cómodo brinque y honre la capacidad que le fuera conferida. Aún es tiempo. Aún esperamos por ello.
(*) Periodista y escritor.
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