Hoy, sólo déjennos llorarlo

POR: ADRIANA ESPOSTO (*)

Hoy, déjennos llorarlo. Porque habrá tiempo de sobras para hablar de sus contradicciones. Y se encargarán, tapas y titulares, de endiosarlo y demonizarlo hasta el hartazgo mientras siga siendo rentable.

Y se amontonarán los buitres carroñeros alrededor de su cuerpo todavía tibio. Y se frotarán las manos porque el tipo les regaló otra primicia. Y no nos ahorrarán un centímetro de asco con el que tendremos que lidiar en medio de esta tonelada de tristeza.

Pero aquí, en este patio chiquito en el que aprendimos a abrazarnos tanto. En estos rincones que, en tiempos de desidia absoluta, convertimos en refugio y trinchera, déjennos llorarlo.

Un romance eterno: Diego y la pelota.

No nos enrostren las miserias del tipo desde el altar hipócrita del libre pecado del que ni un solo de nosotros podría arrojar la primera piedra.

No nos saquen la vara del feministómetro o el socialistómetro para medirnos la coherencia  a ver quién la tiene más larga.

No nos escupan en la jeta sus costados oscuros que conocemos más que nuestras propias mierdas. Hoy no.

Porque hoy no se murió el tipo. Hoy se nos muere un pedacito de país al que llora el universo. Hoy se nos muere ese dios sucio y pagano en que imprudentemente lo convertimos. Hoy se nos muere el ser que le pifió a tantísimas cosas menos al lado sur en que eligió pararse siempre, en la cancha y en la vida.

Última parada terrenal de Diego en su viaje hacia la eternidad.

Hoy se nos muere el pibito de potrero y el inmenso que nos regaló minutos de esos que se sienten como tocar el cielo con las manos. Hoy se nos muere un ícono de la contracultura que impuso de manera irrefutable. Hoy se nos muere esa parte nuestra que tantísimas veces fuimos de su mano, cuando se le plantaba al poder y desafiaba a los nefastos que también detestamos.

Hoy se nos muere el barrilete cósmico que adoptamos como rezo laico o como mantra. Hoy se nos muere un cacho de pueblo. Así que hoy, no.

Y no es una imposición, es una súplica.

Hoy, que el tipo va y nos regala la gambeta final de morirse el mismo día que el líder al que llevaba tatuado en cuerpo y alma y que encima andamos jodidamente faltos de abrazos, solo déjennos llorarlo. Llorarnos. Que para endiosarlo o demonizarlo hay suficiente mundo afuera.

Un mundo sin Maradona, que ya se siente definitivamente más feo. 

Gracias por tanto, Diego. 

(*) Periodista. Publicado en el muro de Facebook de la autora.

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