Furia y tristeza

Evocación de la dictadura que indignaron al cineasta y a millones.
POR: MARIO SÁBATO (*)

Anoche escribí una carta abierta, con la intención de compartirla en esta página.

Como estaba más irritado que otras veces, deseché la primera versión.

La segunda estaba algo mejor. Había tratado de cuidar mis palabras, y de no herir a nadie. Ni al destinatario de la carta ni a ninguno de mis lectores.

El último intento me pareció adecuado. Pensé que me había despojado del disfraz de fiscal, que tanto me molesta cuando otros lo usan y que me avergüenza cuando me lo denuncia el espejo.

La revisé, antes de publicarla. Carecía de insultos, no decía nada que no fuera merecido, y me expresaba con el respeto que merecen los demás, sobre todo cuando no estoy de acuerdo con sus opiniones

Pero, a último momento, se me encendió esa lucecita roja. Esa que, a veces, me salva. Me dijo no estaba tan calmo como creía, y que esperase unas horas para volver a leerla, antes de publicarla.

Lo hice, y la carta dejó de ser abierta. Y es posible que tampoco se la envíe a quien estaba dirigida.

Tomé esta decisión porque me angustia más el odio que a todos nos envuelve que mi dolor por las injusticias que siento.

Y no voy a aportar, aunque mi contribución sea minúscula, más crispación que la que ahora nos suicida.

Alfredo Cornejo, presidente nacional de la UCR.

No me censuro. Ya dije lo que tenía que decir sobre los salvajes que nos quieren arrastrar al pasado que ellos añoran. Creo que pude alertar a algunos distraídos con lo que escribí, y no debe dolerme la pérdida de lectores que odian, vengan de donde vengan.

Ahora sólo me importa lo trascendente. Que ya no pasa por acusarnos o enorgullecernos de dónde venimos. Lo que importa es adónde vamos. La pandemia debería unirnos para sobrevivirla.

Yo no voy a oír a los que tratan de dividirnos, ni a los que los repiten sus odios.

Y temo que lo que pueda publicar, en un momento de bronca (de esos que nos abundan a todos) solo sirva para avivar la fogata que nos amenaza. A las llamas no les importarán nuestras ideas. Nos van a consumir igual, aunque nos hayan separado las opiniones sobre cómo combatir los incendios.

No prometo esta prudencia para siempre, porque me conozco. Si puedo, trataré de limitar mis iras a los temas que las merezcan.

No es el caso de esta carta, y por eso me voy reducir a lo que me es imprescindible. Para que mis amigos, sobre todos los radicales, sepan que la UCR ya no me representa.

La carta estaba dirigida a Alfredo Cornejo, Presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, que no condenó la celebración de la dictadura, perpetrada en la marcha convocada, también, por dirigentes radicales.

Un atentado contra la democracia, que debe ser señalado sin distinciones partidarias, pero que reclamaba un repudio aún más preciso de la UCR. Su silencio es cómplice de una ofensa al legado de Raúl Alfonsín y a la memoria de mi padre.

Las imágenes que recorrieron el mundo y causaron vergüenza y dolor.

Omito las razones que le había escrito a Cornejo, para que me comprendiera y reflexionase sobre la gravedad del hecho. Supongo que pueden inferirse, y no las repito para no volver a irritarme.

Pero no callo lo que prefiero que se sepa: Le dije que aquel partido que yo había amado ya no hablaba por mí.

Ni con sus palabras ni con sus silencios.

No puedo seguir escribiendo. Ahora no me lo desaconseja la furia. Me lo impide la tristeza.

(*) Cineasta y escritor.

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