Cuidar a quienes nos cuidan

POR: RAÚL JIMÉNEZ (*)

Ahora que la intemperie castiga sin piedad a los habitantes de los umbrales del Cabildo, otro castigo amenaza a quienes, desde hace más de un año, se ocupan empecinadamente de cuidar nuestras vidas.

Ya no hay aplausos a las nueve de la noche.El frío de la madrugada es tan implacable afuera como dentro de las salas de terapia.

La cantidad de contagios y muertes abruma como nunca antes.Un sistema de salud colapsado, con sus trabajadores agotados, precarizados, empobrecidos y que, además, son intimados y perseguidos por el Ministerio de Salud por denunciar las malas condiciones en que realizan la atención médica, es inconcebible.

Se entiende que los noticieros de la noche se resistan a comentar el dantesco estado de la pandemia en Córdoba. Siempre miraron de reojo la exigencia de los epidemiólogos que, desesperados, anunciaban la tragedia por venir. Deslizaban, por lo bajo, que la idea de las restricciones era inconducente.

Editorializaban sobre la intencionalidad política de suspender la presencialidad en las escuelas.
Atentos siempre a los designios de sus patrones porteños postergan las dudas y como mansos soldaditos se consuelan pensando que la crítica al poder local siempre fue un privilegio ajeno.

Distraídos, cancheros y abrigados, vuelven a mirar para otro lado. Se sienten cómodos mostrando y comentando la nieve en las sierras chicas o dudando, sobradores, de cualquier medida del gobierno nacional que roce los intereses, perdón por la reiteración, de sus patrones.

Médicos en Córdoba, sin respiro. Agotados. Precarizados. Y ahora perseguidos.

Comentar el número de trabajadores de salud contagiados o fallecidos o sus reclamos por salarios justos y condiciones dignas de trabajo, no es lo de ellos.

¿A quién se le ocurre que van a defender a la doctora Reyes o al doctor Atienza a la enfermera Giménez de la insensata persecución de las que son objeto por parte del Ministerio de Salud.

¿A quién se le ocurre?

No está en su naturaleza cuestionar la incapacidad, la improvisación o la ineficacia de un gobierno que es responsable de los más de cuatro mil contagios diarios y de la, tantas veces, anunciada saturación del sistema. La pauta y la dependencia de la hegemonía mediática, se lo impiden.

Los aplausos de las nueve de la noche ya no están. Fugaces, desaparecieron a la sombra de la impaciencia y las heridas de los que, enardecidos, batieron el parche hablando de la libertad desde el púlpito de su ombligo. O del veneno incrustado en todas las vacunas, menos en una.

Conmueve imaginar que a la misma hora que Damián Córdoba agitaba a la caterva de bailadores sin barbijo, a la misma hora que una zanahoria se convertía en la ñata de un muñeco, o un hincha de Messi gritaba la proeza del tiro libre, a esa misma hora, diez individuos pronaban a un paciente en terapia, y una enfermera alentaba a una parturienta primeriza y contagiada.

Y así, desde hace más de un año.

Sin respiro. Agotados. Precarizados. Y ahora perseguidos.

Y aunque de aquellos aplausos sólo permanezca apenas una memoria tibia, nosotros insistiremos.

(*) Médico y conductor del programa radial Los Galenos.

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